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Columna: Columna Invitada

El dilema del momento

Sábado, 06 Agosto 2022
  • Por:  Julio Faesler

El país se prepara. Son los momentos previos a una gran contienda. Hace años que la sociedad mexicana prevé el encuentro en que una vez más decidiremos el rumbo del país. Lo que desde hace tiempo se avistaba ya está a la vista. Los que han de combatir se alistan.

El camino seguido en las últimas décadas traía su propia inercia, pero, desde 2018, el nuevo gobierno tiene propuestas de otro tenor e intención. Su alineamiento es distinto y el rumbo propuesto a la crédula nación es más que nada discursivo con resplandor social. La insistencia es romper con antecedentes acumulados y la invitación lleva serias premoniciones del desplome que sufrirá el país de no completar el golpe de timón que lleva tres años en acción.

Se acerca la fecha en que se confirmará o despreciará la transformación intentada o se retoman caminos menos prometedores que los de antes. Estamos en una esquina y la forma en que la nación cumpla su destino está por decidirse. No debemos equivocarnos ni debemos temer el resultado de la prueba de virtudes que nos aguarda.

Es de notarse que la coyuntura en que estamos en buena medida se repite en discusiones conocidas. La disputa que se abre sobre el valor del T-MEC que, a sus tres años de vigencia, se enjuicia. Como en el caso del superado TLCAN, no sólo las concesiones, sino la motivación misma que inspira el T-MEC están por aclararse. Las implicaciones más profundas del TLCAN para México brotan en la edición corregida y aumentada del T-MEC.

El TLCAN se propuso para sumar energías a las de Estados Unidos para dar el impulso que nuestro desarrollo necesitaba para alcanzar el pleno desarrollo de nuestro potencial económico y social. Nomás. Seguir la brega solos, desde la plataforma del tercer mundo era condenarnos a los maltratos de los países industrializados. La gran conferencia de la UNCTAD en 1964 había dejado claro que teníamos que elevar nuestra estrategia, aprovechar nuestra vecindad para con Estados Unidos, compaginarla con otros países y de ahí dar el salto y romper el techo de cristal.

No sólo se trata de extender la dimensión de las aspiraciones. Éstas ya son necesariamente distintas. El camino hacia la realización plena de nuestras vastas potencialidades en muchos ángulos aboca a la independencia. La actitud podrá serla, pero falta que la reconozca el mundo.

Hoy, el T-MEC toca toda la estrategia nacional desde la economía productora, compuesta de campo, industrias y servicios, hasta la totalidad superior que compone la independencia política nacional en el gran ajedrez del mundo.

El paso dado por Salinas de Gortari en 1994 fue el correcto, pero con plena conciencia de que se cedían ciertas autonomías para integrarse en el proyecto subregional Norteamérica, ajeno, que había que hacer nuestro también. Igual que en el caso de los países fundadores de la Unión Europea, nacida del Tratado de Roma de 1950, como socio de un propósito que se compartía, México entendía que los propósitos en mucho coincidían en la estrategia común.

En la versión de 2018, la coordinación económica se extendió para dar mayor firmeza a la intención. Se fijaron más responsabilidades recíprocas. Al hacerlo se incluían temas sensibles como asuntos laborales o energéticos, temas bien conocidos y convenidos en la experiencia de la Comunidad Europea y que, lamentablemente, no habíamos podido convenir en la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio en los años sesenta del siglo pasado.

No se puede tener todo a la vez. Si la sociedad con nuestros dos vecinos al norte del continente que compartimos tiene por finalidad apoyar nuevos horizontes e instrumentos en beneficio de nuestro desarrollo, no podemos llamarnos engañados olvidando que el socio al norte tiene una agenda hegemónica donde México y Canadá somos aliados, pero no asimilados. El dilema lo conocen los europeos desde la Liga de las Naciones de 1919.

Ahora, el gobierno actual hace aflorar todas las reticencias con que decide juzgar el México anterior a 2018, como el partido comunista de China que oblitera la historia anterior a 1949, pretende instaurar un concepto de total independencia nacional para acomodar su agenda antiimperialista, que supone comparte todo país avanzado.

La realidad es otra. La independencia se cede en alguna medida en una asociación regional hasta el grado que convenga. El insistir en retenerla en asuntos que son de interés para los socios equivale a declinar las ventajas que esa sociedad asegura. En el caso nuestro es la de engranar nuestro desarrollo al ritmo de los socios. Nomás.

Las consultas en puerta en materia de energía se centran en las decisiones del gobierno de López Obrador que obstaculizan los cumplimientos de compromisos formales de las empresas norteamericanas, canadienses y de otros países, contrariando así la preocupación internacional de proteger la ecología y promover la producción de energías limpias. La disyuntiva de separarnos del T-MEC regresa un desarrollo lastrado con ideologías e intereses obsoletos. Conviene seguir o mejor abandonar. He aquí el dilema, que insiste en que sea hamletiano.  

 

 

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