Lunes, 18 de marzo de 2024


Columna: Las Letras

La lumbre que lo devoraba todo

Jueves, 19 Enero 2017

Mi recuerdo se concentra sólo en su nombre, porque me remite a la primavera perpetua;  a mi primera juventud. A la lumbre que lo devoraba a su paso.

Ha pasado ya mucho tiempo y trato de ordenar mis pensamientos como tratando de armar un rompecabezas al que le faltan piezas. Todos, sin excepción, tuvimos un amor en  la juventud. Luego perdemos el placer de andar en bicicleta y  crecemos arrinconando los recuerdos en el desván de la memoria.

Se llamaba Marisol.

Tenía la piel blanca, blanca, como la leche y el cabello negro, negro, y largo, como una  noche sin estrellas.

De sus ojos no me acuerdo pero su aroma todavía lo traigo vivo, impregnado en los  vellos de mi nariz, encriptado en el tálamo de mi cerebro.  Era todas las  fragancias vivas, frescas y dulces del mundo.

Podemos, a estas alturas,  darnos el lujo de reflexionar un momento: cómo puede uno asociar imágenes con sensaciones que te llevan, en ocasiones,  hasta la convulsión total, hasta el orgasmo.

Por ejemplo, ahora que pienso en ella, mi boca se vuelve un torrente de agua. No podemos regresar el tiempo como una cinta de cine, pero tenemos los recuerdos que es lo más importante y es lo que nos hace diferente a los animales.

Es curioso cómo transcurre la vida tan de aprisa  y cómo somos capaces de atesorar los recuerdos, felices o desgraciados, en lo más profundo de nuestra alma.

Hay cosas abominables que se olvidan para siempre y otras gratificantes que perduran. O viceversa, afortunadamente he podido olvidar las tragedias y mantener los momentos  alegres vivos; tal vez por eso aún me siento joven.

Mantenemos situaciones guardadas en un cofre en el corazón y de repente, en determinado día, cuando no tienes nada qué hacer o en qué pensar, saltan como el conejo en la chistera de un mago.

Los malos recuerdos son lamentables. Como las revelaciones de aquél  que tiene siempre presente los abusos de su padre o  situaciones aún peores.

Como dije antes, afortunadamente no cargo con ese tipo fardos. Deben ser piedras muy pesadas; tengo, en ocasiones,  malas noches y pesadillas,  pero ningún recuerdo que me orille a buscar revanchas, todo lo contrario,  perdura en mi memoria la imagen de un niño  que corre a  lomo en  un caballo desbocado. Las tardes en la playa o siguiendo las luciérnagas en la noche hasta llegar a la guarida de los lobos.

Lo más hermoso de tu juventud es que no hay preocupaciones de ningún tipo; sólo te dejas llevar como en un río crecido que te arrastra lejos. Si señor, ni más ni menos, con los brazos abiertos al sol, aspirando todas las fragancias del campo o de la ciudad.

Yo recuerdo a Marisol, por su lengua de serpiente. Aunque más joven que yo, resultó una maestra en las artes amatorias.  Hay mujeres que nunca aprenderán a besar, porque carecen de talento natural para la cama.

Se quedarán siempre en la orilla, chacualeando en las aguas pantanosas de la frigidez o de la timidez, quién puede saberlo.  Nunca obtendrán la valentía de exponer sus caderas desnudas al sol.

Otras en cambio traen una sabiduría personal, innata, para caminar  por los senderos  más  sinuosos y  siempre saldrán a flote por su arte. Marisol era una de esas.

La  conocí cuando ambos empezábamos a vivir. Hasta antes de esa parte, mi vida parecía insignificante,  similar a la del niño que tiene todas las cosas de comer al alcance de su mano, pero no tiene apetito.

Debió haber sido a finales de septiembre, cuando iniciaba el último curso. Es lamentable cómo pierdes el tiempo en cosas banales y ordinarias, cuando no tienes la capacidad para discernir  lo que realmente es útil en la vida.

Muchas veces te la pasas sentado en el quicio de la puerta de tu casa, mientras la felicidad pasa, rauda y veloz,  en una motocicleta, esperando que la sigas. Hay quienes no se quitarán nunca la venda de los ojos.

Otros, en cambio,  apenas nos dan una oportunidad y rompemos la piñata a palos  y arrebatamos todos los dulces.

Cuando logré avanzar por el sendero oscuro del bosque para enfrentarme a lo desconocido,  encontré a Marisol, en un halo de luz que provenía de la Vía Láctea en medio de un jardín de girasoles,  esperándome con los brazos abiertos.

Una noche sin luna. Sacudió su corta melena inmensamente negra,  me  tomo de la mano y me dijo: “no tengas miedo”, sólo hay que  dejarse llevar, como la barca que se queda a la deriva en altamar, sin voluntad propia para ir  a ningún lado.

En la total oscuridad, sin estrellas en el firmamento, abrió mi boca y sorbió la savia de mi cuerpo. Metió su lengua, filosa y resbaladiza  como una anguila, hasta el fondo de mi  garganta.

Al principio me asustó esa enorme víbora  tocando mis dientes, mis encías, enredándose con mi propia lengua, llegando hasta la faringe.

Todavía siento el  calor de su  aliento y la sensación de un  pulpo gigante que entra y sale por mi boca para repasar todas mis entrañas, hasta sacar sus  tentáculos por  los hoyos de mi nariz.

Luego cambiaba de táctica. Empezaba dando besos suaves como se besa a un recién nacido. Primero en los labios cerrados, luego en las mejillas,  en el lóbulo de la oreja izquierda, en el cuello.

Tras una pausa, su lengua iba volviéndose inmensa y rasposa como una lija para repasar mi pecho, mi espalda, mis brazos, mis piernas hasta convertirse en una ola gigante que me devoraba todo hasta llegar a la explosión de fuegos artificiales.

Ignoro si actualmente vive. Un nortazo de más cien kilómetros por hora, muy comunes en el puerto, se la llevó.  Sólo alcanzó a decirme adiós entre la hojarasca y la basura que barría a su paso.

Lo que conservo es el recuerdo de los tentáculos de un calamar gigante  que aún en estos días  me ahoga al llegar hasta el vértice  de mi garganta y de mí corazón.

 

 

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Pedro Cruz

Veracruzano, se graduó de la licenciatura de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana; inició sus actividades periodísticas como reportero de Sucesos en El Dictamen. Ha intentado cultivar todos los géneros periodísticos. Ha sido jefe de prensa en organismos privados. Actualmente es asesor independiente  en comunicación social. Es un lector voraz.

pedrocruz13@yahoo.com.mx